DERROTA PASAJERA
No puedo evitar que el pánico me quite el aliento. Lo siento subir muy rápido desde el pecho hacia mi garganta y atrincherarse ahí, sujetándose fuerte a mis cuerdas vocales. Me quita el aire y el habla y de tan fiero no puedo ni llorar. Cuando pasa lo peor, algo se afloja en mi cuello y todo fluye: el agua de mis ojos, los gritos de mi garganta sofocada y ese pesar infinito que se siente en el cuerpo, como si hubiera uno escalado una montaña con lastre y todo, despojando al cuerpo de la fuerza que lo sostiene erguido y doblegando las rodillas que, sin remedio, se doblan chocando contra el suelo.