Fragmentos de un diario raído
Apenas acaba de comenzar el julio de este año extraño, intenso, cambiante. Tantas cosas inesperadas han sucedido que siento como si el escenario en el que empecé a actuar mi obra, al despuntar enero, hubiera sido detonado y vuelto a armar, con algunas similitudes pero francamente distinto. Resigné vacaciones de verano por no atreverme a dejar a uno de mis hijos solo, aunque su mayoría de edad me estampe en la cara un probable exceso de preocupación. Depende de donde se mire, mi actitud se fundó en la prudencia. No imagino días de playa y relax al sol con libro en mano mientras en mi afiebrada cabeza repiquetea la angustia, la duda, la culpa. ¿Hasta donde tengo responsabilidad por el mutismo que lo embarga? ¿Que dejé de hacer, qué hice de más? A todas luces, las dificultades que acarreamos están imbricadas en la trama familiar que, en teoría, debería nutrirnos y sostenernos, cual red de equilibrista cuando comenzamos a dar los primeros pasos en la soga de la vida. ¿Seré nutri