¿NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA?


 
    

        Hay momentos en que el tiempo parece arder. Se suceden eventos que ponen en jaque las habilidades más extraordinarias, en un periplo inaudito. Son días ajetreados, tortuosos que insisten en complicar la cotidianidad. Me levanto de la cama con dificultad, últimamente me cuesta madrugar, a pesar de ser un hábito viejo y bien instaurado. Recién abro los ojos y desde el minuto cero una pesadez inmensa me tira hacia abajo, al suelo. Como puedo, me arrastro a la ducha, a ver si el agua fría me despabila; algo mejora el panorama, brindándome una satisfacción transitoria y trayendo cierta esperanza en arrancar la jornada con algo de energía. Mejor no pensar en todo lo que me espera, la infinidad de problemas sin resolver de los que me tengo que ocupar, la cantidad de personas conflictivas con las que me cruzaré, el caos del transporte público que me lleva a la ciudad a trabajar a diario. Hay que estar, poner el cuerpo en cada cosa, aunque uno quiera esquivar el batacazo. Seguir y aguantar, sostener la postura, no desfallecer. Repito un mantra en mi interior, tarareándolo en mi cabeza. Suele ser mi solaz en la locura diaria que arrastra todo. Así sigo, descontando un día más en el almanaque, esperando no se qué, y yendo a no se adónde. Seguir, aguantar, es lo que hay, mejor no quejarse porque empeora los síntomas, resignarse en silencio y sin chistar. Pero, un momento. Este camino ya lo conozco, me es tan familiar que aburre. Voy en automático, acostumbrada a tomar lo que hay y a la resignación llana. Es lo que toca, por algo suceden las cosas, no da para intervenir ni emitir queja alguna, no sea cosa que te endilguen la culpa por cosas con las que no tenés nada que ver, pero se te pegan a la espalda y empiezan a ser parte tuyo. Las miradas de desaprobación y los comentarios por lo bajo no son cosa fácil de aguantar, por más que se tenga el cuero curtido. Este camino trillado, el  de la aceptación pasiva fundada en un palmario sentimiento de no merecer demasiado, es el principal obstáculo con el que me encuentro a diario. Aguantar, un poco más. Ya vendrán tiempos mejores. No hay mal que dure cien años. La esperanza es lo último que se pierde. Tolerar, acatar, ¿es lo que hay?

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