CUIDAR A LOS QUE CUIDAN

 


Amaneció resfriada otra vez. Pobre mi mamá, le pasa cada vez más seguido, lo que se pone nerviosa seguro. Es común verla con alguna remera vieja que usa como pañuelo cuando los mocos cuelgan sin cesar de su nariz. A veces no está tan mal, y ahí usa servilletas de papel. Aprendí a darme cuenta de tanto verla así, dos por tres, llorando a moco tendido, aunque ella diga que es alergia. A mi me dejan pensando esos ojos rojos, irritadísimos como si se los hubiera refregado con una lija y pienso que en realidad alguna tristeza debe tener que la hace ponerse así. Mi maestra de 5° nos dijo que la gente grande muchas veces está cansada y preocupada, pero no puede quejarse como nosotros, que hacemos cara de fastidio y nos dejan en paz, y hasta capaz te compran algún dulce para consolarte.  A los grandes no los consuela nadie, porque todos tienen sus propios problemas y mal podrían encima ocuparse de los ajenos. Me dejó pensativa lo que dijo la seño, debe ser duro hacer tantas cosas y que encima nadie te diga ni las gracias o se quejen de llenos. Mi mamá tiene que ir al trabajo todos los días, y antes me lleva a la escuela. Siempre apurada, porque no quiere que yo llegue tarde ni llegar tarde ella, así que vamos a todo lo que da, para que el timbre no haga cerrar la puerta a la portera y dejarnos en la vereda a todos los que llegamos tarde hasta que izan la bandera.  A mi no me gusta que eso pase, porque me siento re humillada de entrar después de todos y cuando mis compañeros ya están en el aula, como si llegar unos minutos tardes fuera una falta re grave y cerrando la puerta de entrada dejara bien claro el mensaje y tu llegada después de hora. Lo dicen de una manera que odio, ah fulanita, llegaste tarde, con un peso que te acompaña toda la mañana como si hubieras cometido un crimen.

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    Amanecí resfriada otra vez. Me cansan estos síntomas, seguro es el estrés que no me da tregua. Siempre me dijeron que lo mío era psicosomático, y creo que sí, porque me pongo mal y empiezo con picazón de garganta y los ojos a lagrimear a más no poder. Después no puedo ni abrirlos, me duelen y me quedan rojos.  Me preguntan por que lloro, y me da vergüenza, porque es la alergia la que me los deja así de colorados, aunque motivos para llorar no me faltan y podrían ser  tranquilamente la causa de que esté así. Me siento tan decaída, que me cuesta ocuparme de mi hija, encima que en la escuela son tan estrictos que cierran la puerta de ingreso con exactitud matemática, de un solo golpe y con fuerza, para que los que nos demoramos por cualquier contingencia nos muramos de rabia, por tener que esperar a que icen la bendita bandera y después si, con toda la pachorra del mundo la portera vuelve y abre la puerta, no sin mirar a todos con el ceño fruncido, como si no pudiera creer que la gente tenga problemas con el colectivo o viva lejos y llegue 10 segundos tarde. Se ve que a ella no le pasa nunca nada, porque siempre hace la misma cara de fastidio e indignación y mi hija se pone triste, pobrecita, muerta de vergüenza. A cualquier precio le quiero evitar ese mal rato, pero es tan difícil poder con todo, viviendo tan lejos y con los bolsillos flacos, dependiendo del colectivo, arrastrando todo el equipaje con el que salimos de casa todos los días. No quiero llevar tanto peso, pero  es imposible achicarlo, teniendo en cuenta que vamos a pasar el día en la calle, hay que llevar lo necesario para no pasarla tan mal. Yo me llevo algo de comida y un termo para el mate, se me hace eterna la jornada sino. Y a mi nena le llevo ropa para cambiarse por si cambia el tiempo -nunca se sabe-,  un abrigo impermeable por las dudas, algún libro para que lea en el colectivo, gorro y protector solar, alguna fruta, una botella de agua, una toalla de mano -siempre es útil-, una lonita para sentarnos en la plaza cuando hay que hacer tiempo entre la escuela y el resto de sus actividades (psicóloga, club, taller), elementos de higiene -es toda una odisea encontrar un baño donde lavarse las manos, pero el intento se hace- y todo lo que ya sé que vamos a necesitar utilizar durante el día. Ni hablar cuando hago compras para el regreso, van a parar a la mochila también y a una bolsa auxiliar, porque nunca alcanza el espacio. Pero no queda otra, es complicado ser el único adulto proveedor y cuidador de una familia de tres niños y encimar cargar con el peso de haber decidido afrontar sola el desafío. Capaz era más cómodo resignarse y seguir por inercia y costumbre, aceptando el destino y la mala fortuna de no tener un marido como la gente, diría mi madre. Que va a ser, no todos nacemos con estrella. Se ve que la aceptación estoica no es mi cualidad.

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