A mi madre

     


   


    El caso de mi mamá es atípico, entiendo yo, por algunas circunstancias que pasaré a detallar. Ella es la mayor de tres hermanas mujeres, en un contexto histórico donde por el sólo hecho de ser mujer se te asignaban tareas de las que estaban eximidas el resto de los miembros de la familia. Lo propio había sucedido con mi abuela, que tenía bien ganado el título de ama de casa, porque se dedicaba a las tareas del hogar con alma  y corazón, todo el día. Mi mamá también, pero tuvo la particularidad de contar con mi padre que tenía otra cabeza y, a pesar de ser la figura proveedora y sostén del hogar, no dudaba en regresar del trabajo y ponerse a hacer lo que hiciera falta: colaborar con las tareas de la escuela, hacer mandado, llevarnos a nuestras actividades extra escolares. Mi abuela no contó con el apoyo de mi abuelo, que a pesar de ser un ser bondadoso y generoso a más no poder, amen de trabajar a sol y a sombra, no pensaba que tuviera que acompañar a su esposa y compartir las actividades que cualquier organización familiar requiere. Hasta aquí, no he dicho nada del otro mundo. Pero quiero contar una anécdota, un jirón de historia, significativa sin dudas, que cambió por completo mi forma de pensar. 

    Comenzaré aclarando que soy la única hija mujer de mi mamá, ya que mis tres hermanos son varones. No sé qué piensa ella de esto, pero siempre creí que lo escaso tiene un valor extra, por eso seguro le dí más trabajo. Una vez contó que después de que nacieron mis hermanos mayores, mellizos, ella se sintió agobiada por debutar con un embarazo complicado y dos recién nacidos prematuros, sin pañales descartables ni lavarropas automático, en una casa enorme que costaba mantener medianamente en orden y limpia, sin tecnologías ni electrodomésticos modernos. Todo era a pulmón, no había teléfonos celulares -ni fijos, en el caso de mis padres- y la moneda escaseaba en los bolsillos. Mi padre aún no había sido ascendido al cargo que después tuvo y que nos colocó en una posición económica un poco más desahogada. Mi mamá sola, recién parida, con mis dos hermanos que de tan chicos no llegaban al peso de uno sólo a término no pudo más que sentir preocupación por el bienestar y desarrollo de esas dos criaturitas que de un día para otro se encontraban en sus brazos. El embarazo fue breve y complicado. Vomitó todo el tiempo, no se podía levantar de la cama y bajó de peso tanto que era apenas una sombra. Al no haber ecografías, parece ser que el obstetra no se dio cuenta que era una gesta múltiple, y no sé por qué milagro comenzó a sospecharlo, casi al fin de la misma. Les propuso a mis padres una radiografía, con los riesgos que ese estudio conllevaba, a fin de dilucidar de cuántos bebes estaba embarazada mi mamá. Difícil imaginarlo en este presente. De estar embarazada, debilitada y en mal estado a saber que serían probablemente dos, pasó un lapso escaso, donde no hubo tiempo de procesar nada. Donde había alegría y esperanza, se instaló la preocupación y el desconcierto, por no saber cómo culminaría toda esa aventura, sin los avances médicos que hoy hacen posible que un prematuro pueda contar con incubadoras de altísimo desarrollo tecnológico y aumentar así las chances de sobrevida, minimizando los riesgos de la prematurez.

 Cuando nació mi primer hija, Virginia, comencé a entender todo lo que había pasado mi mamá, pude sentir en mi propia experiencia los avatares de los que ella poco contaba, apenas algunos retazos de una vida dedicada a sus hijos. Durante el embarazo de mi niña también me sentí sola y preocupada, en una casa precaria sin ningún tipo de comodidades, en donde el día se hacía eterno, esperando la noche, y el día siguiente y nada más, porque tenía que hacer reposo absoluto y sólo podía levantarme al baño. No podía estar parada ni cocinarme y también me volví una sombra, de tan flaca y mal alimentada. También me preocupaba, igual que a mi mamá, con qué nutrientes se alimentaría mi hija, ya que yo casi no comía. En forma circular, parecía que estábamos viviendo lo mismo. Mi hija nació con una alteración genética, detectada en el último mes del embarazo, interrumpido por una cesárea de urgencia por retardo de crecimiento intrauterino. Apenas vivió dos meses y medio, pero fueron las semanas más plenas que pude vivir en ese momento, porque sabía que ella se apagaba, que no tenía tiempo y que de un día a otro su vida me sería arrebatada. Creo que a  partir de allí me conecté con lo temporario y fugaz de la existencia y nunca más creí que los seres queridos se quedarían para siempre en este plano.  Esta digresión en la historia me está permitida porque es el día de las madres, aunque no era mi intención contar todo eso, sino homenajear a mi mamá, que a pesar de todas las dificultades y trajines de los que apenas he dado un atisbo, decidió y aceptó un nuevo embarazo, del que nací yo, y otro más aún, del que nació mi hermano menor.  Ojalá alguna vez le hayamos demostrado nuestro agradecimiento, aunque lo dudo bastante porque uno desde el lugar de hijo suele ser bastante ingrato y da por sentada muchas cosas:  en general solo expresamos nuestras quejas por lo que nos faltó o lo que no nos gustó o decimos gracias cuando ya es demasiado tarde. Nada que hacer respecto del tiempo pasado, pero el hoy nos pertenece, este instante es el único del que podemos dar cuenta, en el que podemos accionar. Se que mi madre dio lo mejor de sí, su mejor esfuerzo para cuidarnos. Tal vez una muestra de su dedicación y labor sea que yo hoy pueda y esté escribiendo estas lineas en su honor.

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