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CLIMA HOSTIL

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Un montón de cuerpos se reúnen en la parada de colectivos. Tienen formas diferentes: los hay toscos, fornidos, con sobrepeso, deformes, ajados, arrugados, mal nutridos, sucios, despeinados, ansiosos, agotados. Ninguna mirada es alegre, ningún cuerpo es feliz. En un fugaz intento de reflexión, me aborda una pregunta ¿cómo simplificar la vivencia de una situación adversa? ¿cómo afrontarla sin desfallecer? Una sensación de fragilidad insoportable sobreviene y me aplasta. La falta de aire se hace sentir con crudeza, empeora el panorama el clima atípico que azota con su ventarrón la cara, los ojos, los oídos. Siento frío, pero más aún percibo el nerviosismo por la inclemencia de una tormenta inesperada que se armó de repente y no se sabe cuánto puede durar. No llueve, ojalá. De ese modo se aplacarían los remolinos de tierra y hojas que se empecinan en golpear el cuerpo y pegarse a él. En ese estado no se puede pensar, sólo se busca pasar el momento lo mejor posible, esperar, resguardarse

TRAGAR LA ANGUSTIA

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                Lía trató de no preocuparse por el dolor repentino que se instaló en su garganta, otras veces había tenido molestias similares, aunque más leves. De algún modo, se había acostumbrado a sentir  todas las preocupaciones de su ajetreada existencia concentradas en ese sector de su anatomía. Por más que el tiempo transcurrido y las sucesivas consultas con especialistas -más la consecuente ristra de estudios complementarios a los que se había sometido- le habían demostrado que no había patología allí, cada vez que ese dolor invasivo, tenaz y punzante volvía, en un loop interminable, con él sobrevenían nuevas oleadas de angustia que parecían renovarse y ampliar sus orillas. Una vez más debía lidiar con la cara de fastidio del médico  que ni siquiera le sostenía la mirada, hastiado. Otra vez soportar las molestas preguntas de su madre, que repetía el mismo reclamo siempre. Las últimas veces que  había consultado con el médico se había sentido  culposa de  acudir con el mismo sí

A mi madre

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                El caso de mi mamá es atípico, entiendo yo, por algunas circunstancias que pasaré a detallar. Ella es la mayor de tres hermanas mujeres, en un contexto histórico donde por el sólo hecho de ser mujer se te asignaban tareas de las que estaban eximidas el resto de los miembros de la familia. Lo propio había sucedido con mi abuela, que tenía bien ganado el título de ama de casa, porque se dedicaba a las tareas del hogar con alma  y corazón, todo el día. Mi mamá también, pero tuvo la particularidad de contar con mi padre que tenía otra cabeza y, a pesar de ser la figura proveedora y sostén del hogar, no dudaba en regresar del trabajo y ponerse a hacer lo que hiciera falta: colaborar con las tareas de la escuela, hacer mandado, llevarnos a nuestras actividades extra escolares. Mi abuela no contó con el apoyo de mi abuelo, que a pesar de ser un ser bondadoso y generoso a más no poder, amen de trabajar a sol y a sombra, no pensaba que tuviera que acompañar a su esposa y compar

Acá está escrito mi sueño

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  14 de octubre de 2023      Soñé que mi hijo movía de lugar la puerta de su habitación, esa que permanece siempre cerrada y es un símbolo de su vínculo con el exterior. Yo la veía cerrada, pero más hacia adentro de su habitación, era una imagen prolija, bien hecha, como por un albañil profesional, todos los detalles cuidados, bien terminados. La puerta cerrada pero en otro lugar, desplazada hacia adentro, como achicando el espacio de la habitación. En el pasillo íntimo en el que confluyen el resto de las habitaciones y los dos baños, él había colocado su placard, sacándolo de adentro de su pieza y ubicándolo temporariamente allí. Yo no entendía lo sucedido, porque el mueble estaba atravesado, como en una transición, como si lo hubiera puesto ahí por un rato, hasta tomar una decisión o saber qué hacer con él. El mueble es grande, ocupa toda una pared cuando lo diseñé para la habitación de mi hijo, quería que adentro de él entrara todo lo que él quisiera poner, no sólo ropa porque era e

CUIDAR A LOS QUE CUIDAN

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  Amaneció resfriada otra vez. Pobre mi mamá, le pasa cada vez más seguido, lo que se pone nerviosa seguro. Es común verla con alguna remera vieja que usa como pañuelo cuando los mocos cuelgan sin cesar de su nariz. A veces no está tan mal, y ahí usa servilletas de papel. Aprendí a darme cuenta de tanto verla así, dos por tres, llorando a moco tendido, aunque ella diga que es alergia. A mi me dejan pensando esos ojos rojos, irritadísimos como si se los hubiera refregado con una lija y pienso que en realidad alguna tristeza debe tener que la hace ponerse así. Mi maestra de 5° nos dijo que la gente grande muchas veces está cansada y preocupada, pero no puede quejarse como nosotros, que hacemos cara de fastidio y nos dejan en paz, y hasta capaz te compran algún dulce para consolarte.  A los grandes no los consuela nadie, porque todos tienen sus propios problemas y mal podrían encima ocuparse de los ajenos. Me dejó pensativa lo que dijo la seño, debe ser duro hacer tantas cosas y que enc

El derrumbe

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       La noche recién comenzaba, fresca y joven, burlando la temperatura típica de la época invernal, si  fraccionamos el año en estaciones. Llenó la bolsa de agua caliente por costumbre más que por frío; no podía dormir sin ella desde que comenzaran esos espasmos que desestabilizaban el cuerpo, temblores cíclicos que sobrevenían sin previo aviso, adueñándose de la materialidad que no podía más que soportar estoicamente las heladas agujas hundiéndose en su piel. Si bien era un mal viejo que la acompañaba desde su infancia, se empecinaba en ramalazos furiosos en algunos momentos puntuales, que de seguro tendrían que ver con alguna situación estresante. No pasó demasiado hasta que se levantó de la cama para   buscar en el estante del botiquín el repelente para mosquitos. Por lo general se dormía rápido, salvo que alguna preocupación la aquejara y, en esas circunstancias, podía demorar un poco más en conciliar el sueño, sin llegar jamás al extremo del insomnio, lo cual agradecía cada vez

Fragmentos de un diario raído

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          Apenas acaba de comenzar el julio de este año extraño, intenso, cambiante. Tantas cosas inesperadas han sucedido que siento como si el escenario en el que empecé a actuar mi obra, al despuntar enero, hubiera sido detonado y vuelto a armar, con algunas similitudes pero francamente distinto. Resigné vacaciones de verano por no atreverme a dejar a uno de mis hijos solo, aunque su mayoría de edad me estampe en la cara un probable exceso de preocupación. Depende de donde se mire, mi actitud se fundó en la prudencia. No imagino días de playa y relax al sol con libro en mano mientras en mi afiebrada cabeza repiquetea la angustia, la duda, la culpa. ¿Hasta donde tengo responsabilidad por el mutismo que lo embarga? ¿Que dejé de hacer, qué hice de más? A todas luces, las dificultades que acarreamos están imbricadas en la trama familiar que, en teoría, debería nutrirnos y sostenernos, cual red de equilibrista cuando comenzamos a dar los primeros pasos en la soga de la vida.  ¿Seré nutri

MARGA

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       La ira no tardó en avasallar todos los rincones de su cuerpo. Otras veces se había sentido así, pero esta vez la hondura de la vivencia parecía incrementarse,sobre todo con ciertos sucesos que la privaban de lo primordial: el respirar profundo de las mañanas de su vida. No soportaba más sentir esa tensión en sus músculos ni el dolor que luego se alojaba en la espalda. Si había que seguir sería en otros términos y no dejándolo todo, cómo si no hubiera un mañana, como si todo terminará allí, en esas discusiones estériles cómo los quirófanos. Marga intentó mover las piernas entumecidas por tantas horas de actividad frenética. Ir de aquí para allá, sentándose apenas un rato en algún reborde de un muro, en esa saliente reducida que se detecta en cualquier lado cuando el cansancio sobreviene, y es inminente sentir que el cuerpo se derrumba sin más contemplaciones era moneda corriente.  Así eran la mayoría de  sus días y a nadie más parecía afectarle, nadie hablaba de las jornadas ext

DÍAS SIN SACRIFICIO

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       Ya no estoy dispuesta al sacrificio, me dije cierta mañana. Es que parece, por momentos, que muchos persisten en su pretensión de que me inmole, dejando la vida, la fuerza, los sueños, cuando ya no quiero hacerlo. Me aparté de ese camino en algún momento, pero algunos coletazos de situaciones y dichos de personas me han empujado al estado de tristeza infinita en que he estado tantas veces, a replantearme si por aquí quiero venir o acaso es sólo una rebeldía pasajera y pronto volveré pidiendo perdón, arrepentida de haberme quejado cuando todos desdeñaban mi sentir o cuando, con sus manipulaciones, esperaban y buscaban sumisión, silencio, culpa. No quiero más dolor en mi vida. Nada va a estar mal, todo lo que diga o haga es parte de lo que soy hoy, en este día de sacrificio para muchos. Camino con confianza. Es un día para disfrutar, sentir el calor en la piel, el aire en la cara, la explosión de colores en mi retina.      Sin embargo, rápidamente me doy cuenta de mi fútil ilu

EL CAFE

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            L o sé muy bien, no preciso experimentarlo una vez más aunque todos me critiquen por pesimista. Al que trata de ver las cosas en todas sus dimensiones, incluyendo las negativas -término que, por otro lado, no utilizo jamás a menos que esté en diálogo con alguien- la gente lo llama de "mal agüero". A mi parecer, es realismo puro. No, no me digas que son ideas mías, porque eso me enfurece. ¿De verdad no podés reconocer que los seres humanos necesitamos exorcizar lo que percibimos como amenazante y, claro está, la enfermedad y la muerte, primas hermanas por cierto, lo son? En este caso estamos hablando de la reputación, ya sé. Las personas tienen terror a que hablen mal de ellas, porque todos creen los dichos de cualquiera, pero -sin embargo- no cesan de hablar mal, la mayoría de las veces, de otras personas a las que ni siquiera les conocen las intenciones. Bastaría que algo no me guste para dejar de hacerlo, pensas seguramente. Si, pero no funciona así con la gente

Tu madre está bien

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  Y si, Nelly, me dolió, que querés que te diga. Si persisto en negarlo, se me va a atorar en la garganta y en el corazón junto con la montaña inmensa de cosas no dichas, que debería haber expresado en el momento justo, pero no pude o no  quise, vaya uno a saber. Una más no, así que sí, me dolió. Ni siquiera escuchó el único audio que le mandé en todo este tiempo -porque viste que yo siempre escribo, para qué atosigar a la gente con mi voz si puedo detenerme un momento y teclear la frase “hola tía, ¿cómo estás? todos bien, los chicos sanos”-. Mi audio duraba dos segundos, ahí le decía que tenía el covid. Siendo que ella no escribe nunca porque, obvio, es mucho trabajo y opta por atormentar a la gente con audios de 4.5 min para decir algo que podría haber dicho en dos palabras como mucho, ¿no podía perder 2 segundos y escucharme? Pero es demasiado trabajo escribir, claro, como si no lo fuera escuchar esa tortura de audios que manda a mansalva, que, aunque los aceleres igual te martiri